Seguir sin beber

Una vez retirado del todo y de repente del alcohol, el enfermo tiene que seguir para siempre sin beberlo. Hasta aquí, el camino ha sido abrupto, corto y difícil. A partir de aquí será largo y fácil.

Hasta aquí, el enfermo ha tenido que ser ayudado por medicamentos: no sólo las pastillas o las gotas citadas, sino vitaminas, extractos hepáticos, tranquilizantes, colagogos, sueros, etc.

Pero cuando el enfermo ha superado ya la primera y gran roca del principio, empieza a encontrarse bien, fuerte, despejado y sin ganas de beber. Al cabo de cierto tiempo, el propio enfermo llega espontáneamente a aborrecer el alcohol, sintiendo hasta náuseas ante su olor.

Pero si, por la razón que sea, el enfermo vuelve a probarlo, el aborrecimiento se tornará deseo otra vez. Por eso, el tratamiento del alcoholismo no termina nunca y dura lo que la misma vida del enfermo. No se trata ya, como es natural, del tratamiento médico enérgico del principio, sino de un tratamiento psicológico y conductista prolongado.

Una vez superado el deseo inicial de beber, el alcohólico se enfrentará a otros problemas. Tendrá que salir del mundillo alcohólico en que ha vivido hasta entonces, tendrá que asumir una serie de responsabilidades que ha rehuido anteriormente, tendrá que recuperar la estima de sus familiares, amigos y compañeros y apartase de los malos amigos que intentarán por todos los medios hacerle recaer.

En esta fase del tratamiento, el médico, tras mostrar el camino al enfermo, pondrá a éste en contacto con otros enfermos, con asociaciones del alcohólicos curados. La función de médico ya no la desempeñará el propio médico, sino el grupo. Los enfermos veteranos aconsejarán a los novatos, y éstos servirán a aquéllos de recuerdo de lo que ellos mismos fueron antaño. Si se presentasen recaídas, el grupo orientará al individuo y convertirá el año irremediable actual en eficaz experiencia para el futuro.

El enfermo, por su parte, durante toda la psicoterapia de grupo, tendrá que ser absolutamente sincero y luchar contra una parte de sí mismo, que encontrará cien mil disculpas y excusas para beber. A este respecto, recuerdo que un enfermo decía:

Razones para beber, tenemos muchas; pero razón, ninguna.

Con el tiempo, el alcohólico arreglará su vida, encontrará nuevas aficiones y, sobre todo, se hallará a si mismo. Ya no necesitará del grupo, sino sólo desde un punto de vista recreativo o cultural y para aconsejar a los recién llegados. Su médico entonces será él mismo, porque se habrá convertido en un hombre nuevo. No será sólo un hombre curado -un hombre que lleva gafas, como tantos otros-, sino que ante él se abrirá un panorama glorioso: se hallará por fin en la cumbre de la montaña.

Mientras el alcohólico no se haya trasmutado en ese hombre nuevo, subsistirá un grave peligro de recaída. Sobre el enfermo penderá siempre la espada de Damocles de alcohol. Pero una vez regenerado, tal peligro desaparecerá casi del todo. Las ventajas de su nueva situación serán tales que le parecerá locura o suicidio probar una simple gota de alcohol.

El alcohólico que deja de beber nunca es igual que si no hubiera sido alcohólico jamás. Aunque parezca mentira, es mucho mejor porque es un hombre que ha descendido al infierno y ha conquistado luego su propio paraíso.