¿Que hace falta para curarse?

Para curarse del alcoholismo, lo único que hace falta es dejar de beber alcohol.

Pero, claro, como el alcoholismo consiste precisamente en no poder dejar de beber alcohol, resulta que para poderse curar es menester estar curado ya. De modo que, dicho así el remedio de esta enferme dad es no tenerla, lo cual es absurdo. Pero yo voy ahora a intentar aclarar este galimatías para que se vea que esta solución no sólo no es absurda, sino que es la única posible.

El que realmente no puede salir del círculo vicioso de la enfermedad es el propio alcohólico abandonado a sí mismo. Para que el alcohólico dejase de beber por su propio esfuerzo haría falta que no fuese alcohólico (o que tuviese una enorme fuerza de voluntad, lo que viene a ser casi lo mismo). Pero desde el momento en que el alcohólico reconoce que él es un enfermo y acude al médico, ya interviene un nuevo factor: el propio médico, cuya primera obligación es precisa mente romper ese círculo vicioso. Lo que el alcohólico no puede hacer por sí sólo, sí es capaz de hacerlo con ayuda de un tratamiento adecuado.

Analicemos ahora los elementos y las actitudes necesarios para combatir el alcoholismo.

Lo primero y lo más importante que tiene que poner el enfermo de su parte es su deseo consciente de curarse.

Es frecuente en la consulta que acudan enfermos alcohólicos que echan la culpa de sus males a todo menos al alcohol. Si tienen vómitos por la mañana es porque fuman demasiado, si comen poco es porque han sido de poco comer, si se llevan mal con su esposa es porque ésta es insoportable, si les echan del trabajo es porque los tiempos están muy mal, si les duelen las piernas es porque tienen reúma, si les tiemblan las manos es porque están intimidados por la presencia del médico. Al decirles que todos esos síntomas que refieren son debidos al alcohol, contestan categóricamente que no, porque ellos beben «lo normal» y lo han bebido desde niños y nunca les han pasado estas cosas hasta hace dos años. No comprenden, o no quieren comprender, que, a fuerza de ir a la fuente, llega un momento en que el cántaro se rompe.

Pero bueno, vamos a ver -suelo decir a estos enfermos-, ¿usted a qué ha venido a la consulta?

-Yo -responden- porque se ha empeñado mi mujer. Pero a mí no me pasa nada.

Estos son los enfermos que no se curan. Lo primero que hace falta para curarse es desearlo conscientemente. Para ello es preciso reconocerse enfermo y ser plenamente sincero. A estos enfermos que vienen a consulta «obligados por su mujer», les digo:

-Si usted no se considera enfermo, no tiene por qué venir al médico. Váyase y vuelva cuando usted, sin que nadie le obligue, decida que quiere curarse.

He aquí, en cambio, lo que dice el enfermo que se cura:

-Mire usted, a mí todo lo que me pasa es por culpa del vino. Yo sé que me tengo que quitar de beber, pero no tengo fuerza de voluntad para ello.

Este es el enfermo que se cura porque es lo bastante sincero para reconocer su enfermedad sin engañarse a sí mismo. En una palabra, se cura porque se quiere curar. El no tener fuerza de voluntad no es un obstáculo. Cuando viene un enfermo alcohólico a mí consulta, ya se que no tiene fuerza de voluntad y cuenta con ello. Porque en esa falta de voluntad es precisamente donde radica su enfermedad. Si la tuviera, no sería un alcohólico o no habría venido a la consulta, porque se habría quitado él solo de beber.