Lo que no debe usted hacer

No debe usted pensar que es un vicioso, pues realmente es un enfermo. Pero tampoco es, como usted piensa, un enfermo porque quiere, ya que dejando, de beber sanaría. Precisamente su dolencia consiste en que no puede dejar de beber.

No debe usted desanimarse en su empeño por regenerarle. No debe usted claudicar pensando en que está cansada de luchar inútilmente. Con perseverancia y cariño, con esperanza y paciencia, su esposo puede llegar a ver claro un día y ser éste el principio de su recuperación. No se recrimine a sí misma por los errores cometidos, por no haber sabido actuar adecuadamente. Piense usted, que tan sólo es su esposa, no su psiquiatra.

Tampoco debe usted amenazarle. Sobre todo si las amenazas que usted expresa, no piensa cumplirlas. Llegado el caso, de que realmente no haya ya nada que hacer y que la violencia de su esposo constituya un auténtico riesgo para usted y los suyos, debe determinarse sin retrocesos; tal vez les quiera mucho.

No intente discutir. No se empeñe en que prevalezca su criterio. No se trata de un problema de averiguar o demostrar quien tiene razón, sino de demostrar con su serenidad que es capaz de ayudarle.

No se le ocurra protegerle frente a la bebida mediante la táctica tan común como errónea de vaciar la casa de botellas y recomendar a las gentes y lugares que frecuenta, que no le sirvan alcohol. Ello le hará sentirse en ridículo, le indignará y sin lugar a dudas, volverá a comprar bebida o irá a bares donde no le pongan trabas. Sería pues una pérdida de tiempo y de dinero.

Procure no hablar del tema alcohol si no inicia él la conversación. De ser así, muestre toda simpatía por los pequeños logros que le cuente, siga el curso de su diálogo y si en algo no está usted de acuerdo, hágale ver que tal vez esté equivocado, pese a lo cual, puede siempre contar con usted para tratar de ayudarle.

No incurra en el error de beber con él pensando que así beberá menos. Lo más probable es que beba igual o más, y que si empezaba a disponerse a luchar por la abstinencia, su tolerancia le conceda un momento de respiro para proseguir en su actitud abúlica.

No tome demasiado en consideración sus celos infundados; se los dicta la propia inseguridad en sí mismo y los pequeños rechazos que percibe en usted misma.

No le distancie de sus hijos. Muchas veces, deseando ser compadecida y necesitando apoyo intentará hacer causa común con ellos. Tal postura, le dejaría a él más desvalido. Sus hijos deben aprender a través de usted a querer a su padre pese a todo. Deben comprender que su violencia no es natural, sino fruto de la enfermedad y que si entre todos consiguieran curarle, sería tan bueno como cualquier padre.

No sienta celos si ve que atiende los consejos del médico, siendo así que a usted nunca la escuchó. Si tuviera el tifus, no estaría celosa del médico que le tratara. Recuerde otra vez, que su marido está enfermo.

Otro error grave es, perseverar en el tratamiento a domicilio por temor al qué dirán. Los prejuicios nunca ayudaron a nadie.

Eluda el engaño. No puede usted llevarle al especialista diciéndole que van a visitar un familiar. No puede llevarle al psiquiatra diciendo que van al dentista porque le duele a usted una muela. El engaño y la insinceridad tal vez sean utilizados reivindicativamente por él para eludir la cooperación.

Una vez sometido a tratamiento, apóyele entusiásticamente. Pero no piense que todo está vencido. Cabe la posibilidad de una recaída, de un bache. Esta circunstancia no debe desanimarla, no equivale a un fracaso definitivo. El debe percibir cuan peligrosa es la confianza excesiva. Ha de darse cuenta de que dejar de beber es para él muy difícil, pero que sigue contando con el apoyo de todos ustedes.

Las gentes que le rodean deben mantener invariables sus costumbres. Quiere ello decir, que si en su casa hay otros miembros de la familia que tienen por costumbre el beber, han de seguir con sus hábitos. Su marido no ha de dejar de beber porque se implante la ley seca, sino porque llegue a concienciarse que él no puede beber.

No le persiga para olerle el aliento. No le sugiera que llegó tarde porque viene del bar. Si así fuera, no conseguiría nada. De estar equivocada, le haría mucho daño.

Ayúdele también a elaborar sus excusas cuando las circunstancias sociales le pongan en el brete. No se queda mal en una boda o en un vino de honor por no beber. Hay muchas personas que por una simple gastritis, por una insuficiencia hepática o simplemente porque no les gusta, prescinden del alcohol.

Durante años, llevó usted el peso del hogar, todas las responsabilidades, incluso a veces, tuvo que trabajar para subvenir a las necesidades de sus hijos. Piense que esto la dignifica, no se avergüence. Pero con frecuencia, la tensión mantenida largo tiempo, al dejar de beber el marido y coger el relevo de las responsabilidades, crea en la mujer una distensión que le aboca a la depresión fruto del esfuerzo sostenido. Esté usted alerta contra este riesgo.

Antes de pasar a enumerar unas verdades absolutas que le servirán para redondear su conocimiento del problema, le recuerdo dos cosas;

La experiencia adquirida en la lucha por la abstinencia de su marido, puede ayudar a otras personas. No escatime esfuerzos, no se guarde para sí los conocimientos adquiridos. Ayude a quienes están en circunstancias similares a la suya, y crea que su caso no es único. Hay muchos iguales o peores.

Y por último, piense, que aunque toda la batalla emprendida no haya acabado con una victoria, sus esfuerzos han hecho de usted una persona más comprensiva, mejor, más ecuánime. De este equilibrio se han beneficiado también sus hijos.