Cómo se hace un alcohólico

Hay dos grandes grupos de alcohólicos, en cuanto al origen de su enfermedad.

Los primeros son personas atormentadas, angustiadas o deprimidas o personas que han sufrido graves penalidades o disgustos en la vida. Estas personas observan que, cuando beben, el alcohol les da alegría y se olvidan de sus problemas. Y por lo tanto, cada vez recurren a él con más frecuencia para buscar alivio. Hasta que por fin llega un momento en que, sin saber bien cómo, ya no se pueden pasar sin alcohol.

Los segundos, en cambio, no han empezado a beber porque tuvieran problemas, sino, sencillamente porque todo el mundo bebe. Desgraciadamente es muy frecuente en nuestra patria que den vino (o quína) a los niños, los cuales se acostumbran a beber alcohol desde la infancia y luego no pueden dejarlo nunca. Otros empiezan a beber en la adolescencia. Son jóvenes normales, sin problemas, que beben por alternar con amigos o compañeros. Poco a poco van bebiendo más hasta que llega un momento en que no pueden prescindir del alcohol. En España, donde se consume una cantidad terrible de alcohol en todas partes y a todas horas, la mayor parte de los alcohólicos

pertenecen a este grupo.

En otras palabras, los primeros dependen psíquicamente del alcohol. Los segundos tienen un tipo de dependencia física. Pero con el tiempo, los dos tipos de alcohólicos acaban por depender a la vez psíquica y físicamente del alcohol.

Me explicaré:

La persona atormentada que bebe para aliviarse, lo hace por motivos psicológicos. Por eso decimos que su dependencia del alcohol es de tipo psíquico.

Pero un detalle que se olvida muy a menudo es que el alcohol es un tóxico que produce hábito. En términos médicos, la palabra hábito tiene un sentido algo distinto del corriente. Nosotros, cuando decimos que un tóxico produce hábito, queremos decir que entra a formar parte de una serie de ciclos metabólicos del organismo y que llega un momento en que éste lo necesita para poder funcionar.

Es lo mismo que sucede, por ejemplo, con la morfina. Si empezamos a poner morfina a un sujeto normalísimo, llega un momento en que éste la necesita porque se la pide el cuerpo y, si le falta la droga, se encuentra físicamente mal. Con el alcohol pasa igual. El joven normal que bebe porque el único sitio que hay donde alternar es el bar, acaba por introducir el alcohol en su metabolismo. El alcohol se convierte en un ingrediente necesario para su vida orgánica. Y cuando le falta, se encuentra mal, tiene temblores y náuseas y se ve obligado a beber de nuevo para volver a su estado normal.

Pero, como es natural, esta necesidad física se refleja en sus deseos psíquicos y por eso digo que la dependencia física del alcohol acaba por dar lugar también a la dependencia psíquica.

Y al contrario, el que bebe por alegrarse también acaba por habituar su organismo al alcohol y, por lo tanto, a necesitarlo físicamente.

Ahora se ve con toda claridad que el alcohólico no es un sinvergüenza, sino un enfermo.